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Extraña familia

Pasión por Goya. Antología dirigida por Esther Tauroni Bernabéu.


 

Habían pasado algunos años desde mi última visita al palacio real, ahora volvía con un encargo, pintar al nuevo rey Fernando VII, hijo del monarca Carlos IV, del que tuve el honor de ser su pintor de cámara. Fernando volvía del exilio, después de que la derrota de los ejércitos napoleónicos y la salida de España de José Bonaparte, hicieran que Napoleón lo reconociera como rey de España y le dejara marchar por fin de Francia. Aquí se le esperaba con impaciencia, sobre todo por los sectores más absolutistas que propiciaron que aboliese aquella Constitución de 1812 que tanto trabajo costó sacar adelante en las Cortes de Cádiz. Me extrañó su llamada, me parecía poco probable que quisiera heredar de su padre algo que no fueran corona, riquezas y privilegios, tales fueron sus relaciones durante tiempo traicioneras y abyectas, pero mi bien ganada fama de retratista y el hecho de que nobleza y alta sociedad quisieran ser retratados por mí, me convirtieron en un artista solicitado y valorado. Mi nombre estaba muy ligado a los ilustrados y reformistas de la época, lo que me trajo más de un quebradero de cabeza, pero el rey me conocía desde muchacho, le había pintado otras veces y requería mis servicios para resaltar su figura con pompa y majestad.


Había tenido ocasión de pintarle siendo Príncipe de Asturias, en un retrato de familia que me encargó su padre, a poco de nombrarme pintor de cámara. Pensaba que debía inmortalizar a la familia real al modo de la ejecutada por Velázquez en las Meninas, pintor del que yo era ferviente admirador, o algo parecido al retrato de familia de Felipe V de Van Loo, lleno de cortinajes, palios y poses grandilocuentes que expresaran la magnificencia de la monarquía. Hoy, en una sala del palacio, me he encontrado cara a cara con toda la familia y no puedo sino recordar ese tiempo en que me entregué por completo a mis pinceles y sus personas. 


El retrato de la familia de Carlos IV, ¡cuántos recuerdos! ¡Vaya familia! Hice los bocetos de los personajes, un caluroso verano en La Granja, dibujos y pruebas de cada uno de ellos conforme tuve ocasión de verlos, un trabajo agotador para mí, pues lo normal es que no estuvieran disponibles. Fue deseo de la reina que se hiciera por separado y nunca conseguí que posaran juntos, tuve que ensamblar los rostros en las figuras que iban a componer la escena, un trabajo laborioso y que al finalizarlo dejó frío al monarca, quizás porque esperaba un lienzo cargado de magnificencia que diera sensación de poder y majestad. Con sus maneras simples y sonrisa bonachona solo acertó a decirme, “bueno, al final estamos todos juntos”.


Yo preferí hacer un retrato que los humanizara, que los acercara al pueblo, presentándoles como una familia normal, aburguesada tal vez, en la que pudieran reconocerse muchas otras familias. Quise captar el alma de los personajes, su modo de ser y realzar sus facciones con naturalidad en la belleza y en la fealdad, no quería idealizar a los personajes sino hacerlos reales, tangibles, de carne y hueso.


El rey era de natural simplón, me atrevería a decir que poco avezado, no le interesaba la política en absoluto, solo sus relojes y cacerías. Ya había dado cumplidas muestras de desidia y pocas luces siendo Príncipe de Asturias. Su padre detectó su tontuna muy pronto, ¡qué pensar de un hombre que estaba convencido de que jamás le podría engañar su mujer porque era rey! andaba muy equivocado, su padre tuvo que explicarle que también las reinas pueden ser putas y en su caso fue como una premonición. No puedo opinar si fue un bobalicón que no se enteraba de los devaneos de su reina o un consentidor, que lo único que quería es que no le molestasen, o tal vez participara como tercero en los amores de María Luisa y Godoy, sin que nos enteráramos nadie. Ese trío que gobernaba entonces, era muy especial al punto de llamarse a sí mismos la “Trinidad en la tierra”


De la reina puedo decir que me favoreció y la pinté en varias ocasiones haciendo auténticos esfuerzos para que resultara si no bella, por lo menos con un aspecto de mujer normal, la matriarca que mandaba en la familia y en la política, la que intrigaba y decidía junto con su amante Godoy, mucho más joven que ella, como otros de sus amantes y al que ascendió hasta lo inimaginable. María Luisa estaba completamente desdentada a causa de sus veinticuatro embarazos, la mayoría acabados en aborto, pero conservaba buena salud y se apañaba con una dentadura de marfil. Una mujer nada atractiva, de mirada penetrante e inquisidora, dominando la situación en todo momento, siempre alerta en asuntos de complicidades y traiciones. Quise iluminarla con un bonito vestido donde la luz se refleja en los encajes y sedas, la cubrí con bandas y condecoraciones e hice que su mirada fuera el centro del lienzo, la evidencia de su poder sobre los demás retratados. Ella era la que velaba por la familia como una matrona romana, una mirada que contrasta con los ojos casi inexpresivos de su marido, conformado con su suerte, complacido en el retrato de familia todos juntos.


María Luisa odiaba a su propio hijo Fernando, al que llamaba “marrajo cobarde” y no menos a su nuera, a la que culpaba de intrigas y de crear la camarilla de los Príncipes de Asturias deseosos de tomar el poder cuanto antes. Cuando las cosas se pusieron feas, acobardados por los sucesos de Francia, dónde corría la sangre de sus parientes por la guillotina, la familia se dedicó a conspirar unos contra otros con frenesí en un sálvese quien pueda, abandonando al pueblo a su suerte.


A Fernando le pinté como un joven príncipe vanidoso y altanero, seguro de su destino y sus regalías, dejándose abrazar por su hermano Carlos María Isidro, un jovencito inocente que admiraba a su hermano mayor. Tuve que inventar la presencia de la Princesa de Asturias, dado que no estaba decidido cuál sería la elegida en esos momentos, pues eran varias las posibles candidatas, por tanto, en un escorzo imposible la escondí ladeando su rostro.


El infante Francisco de Paula y la infanta María Isabel rodean amorosamente a su madre, ellos eran la imagen de la gracia y la inocencia en medio de esa extraña familia. Parece ser que la paternidad de los infantes se atribuía a Godoy tanto en la corte, como en las tabernas populares, y fueron esos infantes los que protegió el pueblo de Madrid, desencadenándose el alzamiento del dos de mayo para impedir su salida hacia Francia custodiados por los franceses. El resto es la historia de la guerra y sus desastres, la venganza contra los franceses, la sangre y el miedo, las traiciones y la mentira.


En otro lado del lienzo situé al hermano del rey Antonio Pascual, otro Borbón tranquilo, inteligente, trabajador, humanista y devoto de las artes que aborrecía a Godoy, sin entender cómo su hermano no se hacía valer como rey, ya que creía firmemente en el absolutismo, tocándole vivir un momento convulso que pudo soportar buscando refugio en sus labores de carpintería y encuadernación sin inmiscuirse en política. A su lado, la infanta María Luisa lleva en brazos a su hijo como una sencilla madre solicita y amorosa junto a su marido, el Duque de Parma, a quienes Napoleón hizo reyes de Etruria, simples peones de sus manejos en Europa. La infanta María Josefa, mira desde el otro extremo, era la hermana del rey al que se parecía mucho y que falleció al comienzo de la ejecución de mi obra, una buena mujer, permaneció soltera y odiaba a su cuñada María Luisa, por sus amoríos, escándalos y la forma de tratar a su querido hermano. Dios quiso que no llegara a ver cómo su hermano perdía el trono, ni cómo se traicionaba la familia entre sí. Detrás de su padre, el rey Carlos IV, asoma la infanta Carlota Joaquina, la hija mayor no muy agraciada y reina de Portugal.


Estos personajes están de pie, mirando hacia un foco de luz que ilumina el centro y deja en la penumbra los extremos. Quise pintarme con ellos situándome en la semioscuridad, atento a la composición, como si tuviera que estudiar el reflejo de mis personajes en un gran espejo, con poca iluminación para mejor destacar su personalidad con esa pincelada que cobra vida con la luz y las texturas. Como Velázquez, pero más oculto, más discreto.

 

Hay quienes quieren ver un cierto sarcasmo en estos personajes a quienes no he embellecido ni suprimido defecto alguno; nada más falso, es la visión real que tenía de ellos y tal como se veían a sí mismos. Magníficas vestiduras, condecoraciones, bandas, joyas, bondad, ternura, maternidad, admiración por el hermano, desconfianza, curiosidad; sentimientos y actitudes reales y plebeyas. Una exaltación de la familia, la maternidad y la continuidad dinástica como quería el rey; no es un retrato burlesco, para ello ya he tenido otras obras, estaba agradecido a esta corte y los favores que había recibido de ellos.


Una familia destrozada en intrigas, que ha llevado al exilio en Roma de Carlos IV y María Luisa y a la entronización de Fernando, ahora viudo, en vistas de volver a contraer matrimonio para asegurar la sucesión. Mi reencuentro con esta familia se produce justo en el momento que me obsesionan dos obras que desde hace años ocupan mi mente, los acontecimientos del dos y el tres de mayo que hizo tomar las armas al pueblo mientras los retratados huían intentando salvar sus cabezas. Pero el rey quiere aparecer espléndido a través de mis pinceles y le pintaré de nuevo, como lo veo realmente, con mirada torva, desconfiada, cobarde y felón.


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