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Objetos melancólicos. Jesús Conde Ayala

                                             

Es difícil desde el punto de vista personal, hacer una valoración de la obra de un artista a quien admiro desde hace mucho tiempo. Desde siempre, encajó su pintura en mi forma de entender el arte, en el desarrollo de temas que, para mí, eran acordes con mis gustos y personalidad. Intentaré ser muy objetiva y exponer todo a que lo que me sugiere su prolífica obra de forma resumida, la cual evoluciona imparable muestra tras muestra, descubriendo nuevos universos pictóricos.


No podríamos entender la pintura de Jesús Conde Ayala sin ponderar su visión de la arquitectura, que es utilizada en multitud de ocasiones como un elemento protagonista de su obra. Comenzando por la serie de cuadros de temática grecolatina, donde se recrea en la escultura y arquitectura clásicas, pasando por sus pinturas de Níger en un derroche de tonos rojizos y ocres, evocando la belleza decadente de los edificios coloniales de La Habana o la intensa luz blanca y los azules del cercano Tetuán, sin olvidar los múltiples rincones de su Granada, donde a cada pincelada vibra la belleza del agua y sus reflejos, el color de sus jardines y las formas temblorosas de los mocárabes nazaríes. En todas sus obras el pintor recrea edificaciones o fragmentos de estas, envolviéndolas en la atmosfera del lugar a través de una luz brillante, a veces tamizada, usando el color puro y atrevido, prestando una gran atención a la perspectiva y a los detalles, increíbles detalles en la perfección del dibujo.


Por otra parte, contribuye a crear un aspecto vanguardista, la elección de los formatos de la telas o tablas, que pueden ser no solo cuadrangulares o rectangulares, sino también circulares o romboidales, haciendo que su pintura encaje en ambientes clásicos, modernos y minimalistas. Su originalidad al dar unos toques de inacabado en algunas áreas, con aspecto abstracto o sacar las pinceladas de color del lienzo, invadiendo los marcos, saliéndose del espacio, como si una ola traspasara los limites del realismo y nos levara a la irrealidad, le da a su obra personalidad propia.


Su última muestra pictórica vuelve a tomar un tema que es recurrente en su obra; las armaduras, son como una obsesión, a lo largo del tiempo, un recurso mediante el cual nos sumerge en la iconografía de la caballería, en el movimiento ético y estético de la Edad Media, en las formas romances de su literatura, en el amor cortés, la búsqueda del Santo Grial, la plástica de las espadas, lanzas y corazas. Esas armaduras tan bellas son como un exoesqueleto, que con el tiempo perdió su sentido práctico, pero que perdura, como un elemento protector anticuado y fuera de uso, pero tan simbólico, que el Alonso Quijano, creado por Miguel de Cervantes, la rebusca entre sus enseres cuando imbuido por la lectura de los libros de caballerías, se lanza a emprender sus aventuras como paladín justiciero. Una armadura oxidada y olvidada que será su bandera.


El autor reviste esas armaduras con gasas, tafetanes, sedas plisadas y elegantes golas, dándoles una nueva lectura, acompasando el frio metal de su estructura, con la suavidad y colorido de las telas, en un nuevo barroquismo que se me antoja lleno de modernidad.


En su discurso de aceptación como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Granada, Jesús Conde, habla largamente de lo que él define como “los objetos melancólicos” y nos recuerda que, probablemente estemos en un momento que bien podría definirse como “la era del vacío” con un pensamiento que transita en una especie de filosofía líquida, siempre al llamado de lo políticamente correcto, de forma que a veces los logros culturales se vuelven efímeros. Si somos capaces de volver la mirada llena de melancolía a esos objetos del pasado, que tanto nos impresionaron, podremos permitirnos relacionar el presente con el pasado, creando emociones y sensaciones nuevas.


Han sido sus muchos viajes, los cuadernos de apuntes que dibujaron las ciudades perdidas que visitó, las que invadieron su mente y se materializaron en su arte, creando ese sentimiento melancólico que evoca su obra, que cuando las contemplamos nos recuerda una bellísima tristeza sin causa.


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