Perfume de limón y bergamota
- Maria Asuncion Vicente Valls
- hace 2 días
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Actualizado: hace 42 minutos
Siempre es un placer recorrer los mercados que nos ofrecen frutas y verduras; es una auténtica fiesta para los sentidos poder disfrutar de sus colores, aromas y texturas. Mucho más, si están acompañados, como suele ocurrir en muchos mercados famosos de una amplia variedad de flores, entonces la sensación roza lo sublime. Paseamos la mirada entre las distintas tonalidades de verdes, rojos, rosados o pardos, pero entre todos ellos destacan con su brillo los amarillos y anaranjados de los limones y naranjas. Su tonalidad es tan potente como su aroma.
No sabríamos vivir sin ellos, pero no siempre fue así, costó largos años el que estos frutos se acomodaran en nuestra Europa y pasaran de ser desconocidos a árboles ornamentales, para acabar en cultivos mimados por los agricultores que nos ofrecen muchas variedades distintas, a cada cual más sabrosa. La mandarina de China, el pomelo de Malasia y la cidra de las laderas del Himalaya, comienzan su larga historia de polinización para llegar a las nuevas variedades. Los limones surgen del cruce entre cidra y naranja amarga, las naranjas son un hibrido de mandarina con pomelo y la toronja de pomelo con naranja. Las cidras fueron los primeros cítricos en llegar a Europa, junto con el pomelo y la mandarina viajaron de la mano de las rutas caravaneras de India y Persia, atravesaron el Punjab, Afganistán, Irak e Irán en el fondo de las alforjas de los caravaneros, para echar raíces en Sicilia, sur de Italia y de España con la llegada de las poblaciones árabes formando parte de sus jardines íntimos, ocultos en el interior de casas y palacios, recreando el verdor de los olvidados oasis que dejaron atrás. Alejandro Magno en su expedición de conquista, quiso recabar toda la información posible de los lugares por los que pasaban sus ejércitos y registrar la flora, la fauna, la geografía, los minerales, las poblaciones y todo aquello que supusiera una suma de saberes de ese mundo que iba descubriendo paso a paso.
Quería árboles y cultivos diferentes que llevar a su Macedonia natal y en tierras lejanas conocieron el cidro, cuyo fruto bautizó Teofrasto de Ereso, padre de la Botánica en su libro Árboles y Plantas de Asia, con el nombre de “manzana de Media”, aunque era un fruto incomible, solo utilizado para aromatizar la ropa o los ambientes palaciegos. Es ya en el siglo XVII cuando huertos y villas empiezan a poblarse de cítricos, las familias nobles y adineradas los cultivan en grandes maceteros de terracota que ornamentan sus jardines, presumiendo al poseer muchas variedades de las formas más exóticas y raras, mientras se abren paso tímidamente en recetarios de cocina. Los jardines del Palazzo Pitti de Florencia se llenan de limones, naranjas y cidras, que se exhiben a los visitantes como parte de un coleccionismo exótico, unas rarezas que, en pleno movimiento de la Ilustración trajeron consigo el auge de las ciencias naturales y el gusto por las colecciones de plantas, animales, minerales, objetos raros, incluso reliquias de santos. Se realizaban para su posterior estudio, moldes en cera y escayola de todas las variedades que crecían en los jardines de Bóboli y los pintores decoraban estancias palaciegas con guirnaldas cítricas, arracimadas en las columnas clásicas de los decorados.
Anna María Luisa de Medici, hija del Gran Duque de Toscana, disfrutó y cuidó de los cítricos de su jardín, buscando incorporarlos a las cocinas ducales. Aficionada a la perfumería y a la cocina, en su tiempo se ofrecía a las personalidades de alto rango invitados al Palazzo Pitti para disfrutar de sus esplendorosos banquetes, un preparado similar al actual limoncello, elaborado con cascaras de cidra, azúcar y canela que hacía las delicias de los visitantes. La llamada “Agua de Chipre” era conocida en las cortes de la época como la bebida expresión del mayor refinamiento. Los cítricos ya son protagonistas del arte, la ciencia y la gastronomía, pero también lo serán del perfume. La flor de la cidra y del naranjo comenzaron a usarse para las aguas perfumadas, descubriendo que no solo la esencia de sus flores, también las hojas, incluso la cascara de la naranja amarga sometidas a procedimientos de maceración y destilación, atesoran aceites esenciales que desprenden aromas sensuales, evocadores, dulces y persistentes, que los hacen indispensables en el arte del perfume. El aceite esencial de la naranja amarga pasó a impregnar desde entonces, los guantes y aguas de baño de las damas principales que popularizaron su uso en las cortes europeas. La bergamota, variedad cuyas flores poseen un aroma mucho más intenso que el azahar, ofrece frutos amargos no comestibles.
Este cítrico se cultivó como árbol ornamental y por su extraordinario aceite esencial, inspiró un perfume de bergamota, cuyo creador Giovanni Maria Farina en 1708 puso de moda inmediatamente entre la alta sociedad. No nos cuesta imaginar a Napoleón Bonaparte a la cabeza de su ejército, envuelto en su aroma o al mismísimo Mozart escribiendo su música, mientras lo aspira en su pañuelo. Son tan sencillos y cercanos, a la vez tan exóticos y ligados al arte y a la ciencia, que bien merecen descubrir un poco su historia, conocer algo del largo camino que los trajo hasta nosotros, para hacerlos cotidianos y poder disfrutar de sus sabores y perfumes.
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