Un mar de abrazos
- Maria Asuncion Vicente Valls
- hace 6 días
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Actualizado: hace 5 días
Dedicado a todos mis compañeros de la Promoción 1970-1975. Un relato sencillo desde la emoción del reencuentro salido de lo más profundo de mi corazón.
Desde la terraza del hotel volvemos a ver de nuevo la ciudad de Granada a nuestros pies, un denso arbolado verde abraza una torre emblemática, la Torre de la Vela, que emerge orgullosa de su pasado y cuyo tañido hizo tantas veces historia mora y cristiana. El verde se rompe en el blanco y terracota de los Cármenes que salpican la colina de la Sabica; una estampa muy familiar que siempre hemos guardado en nuestra retina, más lejos nos contemplan las nieves de Sierra Nevada brillando en las cumbres, es una tarde clara, suave, que se va adormeciendo mientras caen los tibios rayos de sol sobre los tejados y cúpulas de las iglesias granadinas.
Llegamos a esa terraza con una sensación de ansiedad y expectación, con el deseo de búsqueda, de reencuentro después de cincuenta años y nos asaltan las dudas ¿tanto habremos cambiado? ¿nos reconoceremos con facilidad? Algo de ayuda si necesitamos. A medida que vamos llegando al encuentro de los compañeros, los amigos, los colegas, la emoción es difícil de contener, nuestro corazón está alerta y agitado ¡son tantos años! Pero tras unos instantes, todo se trasforma y surge un inmenso mar de abrazos y besos, tan fuerte como las olas de un tsunami. Sí, volvemos a ser los mismos y ¡claro que nos reconocemos!
Nuestros rostros conservan los rasgos juveniles, ahora atenuados y escondidos tras finas arrugas que han ido dejando el paso de los años, pero el brillo en la mirada y la ilusión nos delata ¡cómo deseábamos volver a estar juntos! Las fotografías proyectadas y la música de nuestros años mozos ayudan a crear el ambiente olvidado, los recuerdos se agolpan a borbotones en nuestra mente, charlamos, reímos, nos contamos nuestras vivencias durante estos largos años en los que cada cual ha seguido el camino que ha escogido. Parece que no ha pasado tanto tiempo, parece que fue ayer cuando llegamos de nuestra ciudad natal cargados de ilusiones, con la maleta llena de sueños y el propósito de estudiar en una facultad antigua con años de solera y prestigio, decididos a convertirnos en profesionales y aportar a la sociedad lo mejor de nosotros mismos.
No todo fue estudio, esta ciudad con su belleza y embrujo nos robó el alma y marcó a fuego su granada en nuestro corazón. Aquí aprendimos cómo ser farmacéuticos y también a ser compañeros y amigos, aquí respiramos por vez primera la sensación de sentirnos libres, lejos de nuestros hogares, pero también nos hicimos responsables de nuestros actos. Estudiamos, paseamos, vivimos y muchos nos enamoramos, nos convertimos entre sus callejas y plazoletas envueltas en el aroma de arrayán, en hombres y mujeres.
Ahora con la emoción a flor de piel, desde esta terraza volvemos a ver nuestra luna, que sale una y otra vez por detrás de Sierra Nevada para iluminar la ciudad y bañar su Alhambra con una pátina de plata. Nuestra Alhambra, que nos acogía en tardes interminables de paseo, estudio, lectura y amores como una madre hermosa vestida de jardines y estanques.
Hemos vuelto a Granada, hemos vuelto al hogar de juventud y nos hemos emocionado hasta las lágrimas recordando a nuestros compañeros que no están ya entre nosotros, aunque sí han estado, se ha sentido su presencia en el recuerdo de su ausencia.
Somos muy afortunados de haber vivido una época en una universidad emblemática, donde prevalecía ese sentido de “universitas” que se echa ahora un tanto de menos con las nuevas tendencias, un lugar que no es el lugar físico, sino una comunidad de individuos con el empeño común del conocimiento y la enseñanza. Lo hemos revivido en un encuentro académico cargado de simbología universitaria, nos hubiera gustado estar en nuestra casa de Rector López Argueta y en nuestra añorada pecera, pero el tiempo pasa y cambia, aunque el sentimiento universitario del que nos empapamos no ha cambiado, nos ha hecho vivir un momento mágico en un acto que recordaremos siempre, pues hemos sido de nuevo los mismos que hace cincuenta años, jóvenes entonces, recibiendo nuestra graduación ¡cuánta emoción contenida y cuánto orgullo por los compañeros y por nuestra profesión! Parecía como si nos hubiéramos acabado de licenciar de nuevo.
También hemos dejado una huella a los pies de un verde Quercus; siempre perdurará y se nos recordará en una inscripción de piedra, como los antiguos que habitaron estas tierras en su historia pasada.
La lluvia nos amenaza lo que no impide la visita al Monte Sacro, una página que teníamos que llenar; muchos de nosotros nunca subimos tan alto y ahora se nos abre como el centro de cultura y saberes que fue, un lugar de estudio y retiro, de religiosidad antigua, de eruditos alejados de la ciudad y empeñados en preservar el conocimiento a toda costa, soñando con una Granada de convivencia entre hombres, culturas y religiones. Desde aquí, nuestra Alhambra se yergue orgullosa en la lejanía, es una gran dama envuelta en verde, con la prestancia de la madurez y la sabiduría de los años, que desafía el tiempo y espera paciente ese momento en que la mano alcance la llave en la puerta del Patio del Descabalgamiento.
En un momento las nubes grises la cubren y dejan caer sobre sus palacios y alcazaba una lluvia fresca y densa que empapa la tierra para hacernos llegar el aroma refrescante a tierra mojada, y nos deja una duda: no podemos saber si la Alhambra está más bonita dorada por el sol, bañada de luna o acariciada por la lluvia. El hechizo lo rompe la música que pone la nota alegre y estudiantil a la tarde y nos volvemos niños, adolescentes que solo quieren cantar y bailar.
¡Es tanta la felicidad que quisiéramos atraparla para siempre! Pero la felicidad igual que la zozobra es efímera, la vida está hecha de una combinación extraña de cotidianidad y excepcionalidad. Todo tiene un final, un final hermoso el que hemos vivido.
Estos días han permitido que descubramos algo que no habíamos previsto. Hemos descubierto de nuevo el deseo, un deseo de estar de nuevo juntos siendo otra vez aquellos jóvenes que fuimos un día, algo que si está en nuestras manos lograr mientras la vida decida quedarse con nosotros, tenemos abierta una ventana a la esperanza que no debemos cerrar.
Hoy no cabe sino felicitarnos por estos entrañables momentos que ya son eternos, es un privilegio haber podido acudir a esta cita en nuestra ciudad y disfrutar de tanta armonía, tanta complicidad y tanto cariño. Pido a todos que nunca nos olvidemos y que volvamos a vernos pronto, para sumirnos de nuevo en ese mar del que carece Granada, un inmenso mar de abrazos.
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