Artículo publicado en la revista en la revista Pliegos de Rebotica, una publicación del Consejo General de Farmacéuticos de España. (Páginas 14 y 15)
En el Peloponeso, cerca de las antiguas Mi- cenas, Tirinto y Epidauro, mirando al golfo de la Argólida, está enclavada la ciudad de Nauplia. Es un enclave maravilloso que en
la actualidad es visitado por turistas que buscan en Grecia algo más que turismo de crucero. Pocos saben que esta pequeña ciudad, con antiguas casas apiñadas y sus callejuelas llenas de buganvillas de colores, con contraventanas azules, tiendas, restaurantes, viejas mezquitas y edificios de corte veneciano, coronada por una impresionante fortaleza y volcada al mar Egeo, fue la primera capital de la Grecia independiente. En Nauplia se instaló por su buena situación defensiva el gobierno de la nueva nación en 1827 a cuyo frente estaba un hombre singular, Ioannis Kapodistrias.
En mi novela “Viaje a la libertad, Sophie de Marbois, una filohelena en Atenas” es coprotagonista, pero aquí no voy a hablar de él de un modo novelado sino real, hablando del diplomático, político y administrador que fue y de su paso por esta ciudad. Instalado en Nauplia como presidente de la nueva nación o gobernador, empezó a desarrollar reformas de gran importancia en una tierra que acababa de salir de una cruenta lucha contra los otomanos. Reformas, que no eran bien recibidas por los clanes antiguos peloponesios, que habían enarbolado bandera de la revolución contra el opresor y pagado con sangre su libertad.
Su personalidad es complicada, era médico y jurista, un individuo brillante, dotado de grandes cualidades con una prestigiosa carrera política y diplomática, con ideas claras de cómo construir una nación moderna y se encontró con innumerables problemas a la hora de ponerlas en práctica, porque dichas ideas chocaban con una sociedad apegada a las más antiguas formas y tradiciones, a lo que se unía el ansia de poder que le exigían continuamente los jefes de los clanes que habían participado en la lucha.
Era difícil en ese ambiente, dotar al país de normas modernas que se basaran en la buena administración y una economía viable en un momento en el que no había nada, ni siquiera lo básico y empezar primando la educación de la población analfabeta y mal alimentada, sobre otras cosas a fin de lograr una Grecia nueva salida casi del medievo.
Su paso por la gobernación de la república Septinsular, una confederación de islas jónicas, en su juventud y posteriormente su desempeño como ministro adjunto de Exteriores del zar Alejandro I le catapultaron a la primera fila de la política europea, participando en el Congreso de Viena, encargado de recolocar las fronteras de Europa después del huracán propiciado por Napoleón.
Tardó un tiempo en adherirse al movimiento que propugnaba la liberación de Grecia, auspiciado por la Filiki Etería, sociedad fundada en 1814 con el objetivo de liberar a la patria del yugo otomano mediante una sublevación armada bien organizada, porque él mismo, griego de Corfú, pensaba que el pueblo no estaba preparado para asumir su destino. Puso todo su empeño, no obstante, una vez presidente, en conseguir la mayor cantidad de territorios para la nueva Grecia que acababa de nacer y dedicó grandes esfuerzos a la política educativa, al considerar que era lo más importante para lograr un pueblo que se gobernara a sí mismo, poder contar con jóvenes preparados, que serían los llamados a configurar las élites políticas del futuro.
Pero la atmósfera se enrareció por su intransigencia y un cierto autoritarismo, tal vez debido a los usos y costumbres de su etapa en la corte rusa y la determinación de los clanes del Peloponeso que lo consideraron un traidor. El magnicidio de Kapodistrias tuvo lugar aquí en Nauplia, a las puertas de la iglesia de san Spiridón, a manos de Yorgos y Konstantinos Mavromijalis que estaban detenidos por Kapodistrias, pero andaban por la ciudad en una libertad vigilada que les permitió segar su vida a golpe de pistola y puñal. Este asesinato conmocionó a la pequeña capital que lo amaba como a un padre protector lleno de virtudes y tras el magnicidio acabaron con los asesinos. Era el 9 de octubre de 1831.
En mis viajes a Grecia, he visitado Nauplia varias veces y he descubierto rincones llenos de esa épica revuelta que protagonizaron los griegos para conquistar la libertad. A lo largo de sus bonitas callejas se pueden ver placas conmemorativas de hechos bélicos, héroes de la independencia y políticos de esa primera etapa como nación.
Como farmacéutica me sorprendió encontrar una que me produjo una honda ternura. El cadáver de Kapodistrias fue llevado a una farmacia, la primera farmacia de la nueva Grecia, propiedad de un filoheleno italiano, Bonifacio Bonafin que fue el encargado de embalsamar el cadáver, era evidente que allí en la farmacia se disponía de todo lo necesario para llevar a cabo el proceso. Esta farmacia estaba situada al extremo de una calle que se abre en una plaza con edificios importantes de la época, que ahora aún pueden verse o intuirse vagamente.
El edificio de la farmacia está ahora muy deteriorado y en el bajo se ha ubicado una tienda de pequeños electrodomésticos, en su fachada una placa recuerda esos momentos de tribulación que vivió la ciudad con el magnicidio, en el momento que el país iniciaba sus primeros pasos.
Personalmente, me emocionó, no solo descubrir la primera farmacia de la Grecia independiente, sino que acogiera a un hombre que ha pasado a la historia por su gran personalidad y toda su lucha por una Grecia que pudiera encarar su futuro en el concierto de las naciones europeas. Han pasado muchos años, incontables problemas políticos y económicos, que aún arrastran, pero es un país y una historia que enamora y conmueve, tanto por el legado de la Grecia clásica, como por esta etapa más desconocida, pero plagada de grandes héroes, de hombres que como Kapodistrias lucharon por la libertad de un pueblo.
コメント