Querido Delfos:
Hace unas semanas que nos dijimos adiós y sigo sintiendo una inmensa tristeza, no estas, no percibo tu trote ni escucho tus ladridos. Todos te echamos de menos, nunca imaginarás cuánto.
Recuerdo muy bien el día que te trajimos a casa, eras una pequeña bola de capa negra y gris que se arrastraba sin apenas fuerza. Te tomé en brazos y nos miramos, ¡cómo me miraste, ¡descubrí una mirada penetrante, escrutadora, ansiosa y a la vez cálida, como si intentaras atrapar mi imagen para siempre, puedo asegurarte que yo hice lo mismo y fue desde luego amor a primera vista!
Creciste feliz, haciendo travesuras y disparates, pero yo era condescendiente y cuando intentaba regañarte tu mirada dulce, dorada, intensa, me vencía y acababa colmándote de caricias.
Te puse por nombre Delfos porque eras tan impredecible como un oráculo y tus ojitos oscuros cambiaban su color según lo que querías expresar, nadie entendía esto como yo, oscuros y vigilantes cuando alertabas de algún peligro y color ámbar y trasparentes cuando buscabas mis caricias o cuando te sentabas a mis pies ronroneando mientras yo leía y leía, ni tan siquiera te movías como si temieses romper el encanto y la placidez del momento.
Te hiciste cargo como un buen padre de otros compañeros que llegaron después
¿te acuerdas de Argos? ¿Cómo lo cuidaste? ¿y cuántos días lo buscaste cuando murió?
Ahora son Áyax y Aquiles los que te andan buscando y te echan de menos, también los criaste tú y los educaste como buenos canes y más de un estropicio hicieron contigo como colaboradores necesarios, ¿recuerdas?
Cuando te vi aquel día supe que no estarías mucho tiempo con nosotros, solo me buscabas, tu mirada era esta vez triste y suplicante, tus ojos eran mucho más claros y estaban cubiertos por un velo de lágrimas. Yo te acomodé y te acompañé todo el tiempo, estuve a tu lada dándote todos los cuidados y cariño que tú me pedías. Aguantaste una semana, pero al fin nos dijimos adiós, tú con una intensa mirada, yo con una pena infinita.
Descansas en tu jardín, en realidad nunca te fuiste de él.
Sé que algún día nos volveremos a encontrar. No sé si hay un Elíseo para canes, pero yo ya te veo, trotando por los bellos campos de asfódelos, saliendo a mi encuentro, no tendrás dudas, me reconocerás de inmediato y volverás a tener las caricias que tanto te gustaban.
Tu amita.
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