Publicado en Imbatibles. Editorial modernidad líquida, página 119
Madeira 1860
La observo mientras descansa plácidamente entre almohadones de fina batista bordada, que cubren un amplio diván de mimbre; está sentada en una terraza sobre el mar en Quinta Vigía una hermosa villa que ha puesto a su disposición una de las buenas familias de la isla, esperando que sea digna de su rango. Hoy va vestida de manera sencilla, con una voluminosa falda de tafetán a cuadros azules con malva y una fina blusa de organza blanca que se adapta a la perfección a su figura. Su hermosa cabellera castaña que cuida con devoción está recogida en un complicado peinado de trenzas donde se prenden unas pequeñas flores silvestres. No puedo apartar mi mirada de ella mientras lee absorta, un libro que descansa sobre su regazo.
Sus dos perros descansan a su lado con un silencio y una quietud casi reverencial, son felices porque su dueña está feliz lejos del boato de una corte que la ahoga.
Hemos llegado a esta isla en medio del Atlántico buscando remedio a su mal. Sus médicos creen que estos aires marinos le sentaran bien. Pero yo pienso a menudo que su dolencia es más bien del espíritu y ella lo sabe.
Aquí se siente cómoda, es una vida campestre y sencilla que le recuerda su niñez. Le gusta mirar las grandes nubes blancas y brillantes que a veces se convierten en inmensos nubarrones, y que invaden el cielo azul celeste que se cierne sobre la isla, el mar de hortensias azules que tapiza los recodos de los caminos por donde da sus largas caminatas a diario, la costa con un intenso color azul cobalto que se puede ver desde cualquier lugar de la casa y hace que se sienta libre y en paz.
No es, sino una vana ilusión, ella misma se asemeja a una gaviota con una necesidad vital de volar, es como un navegante que no quiere demorarse en los puertos a los que arriba, siempre necesita partir de nuevo en una incansable huida.
Es una mujer bellísima, lo sabe y con un narcisismo casi enfermizo, se dedica a cultivar ese cuerpo de diosa. Adora los caballos y monta diariamente como la más virtuosa de las amazonas, camina dando largos paseos agotando a sus damas de compañía que no alcanzan a seguirla, provocando desconcierto a todo el séquito que cuida de su persona.
Yo no puedo sino admirarla cada día más, a pesar de ser una mujer profundamente infeliz y atormentada conserva una frescura y encanto que ha hecho de ella la mujer más deseada de Europa, su marido está enamorado de ella como un cadete, la ama con pasión, pero creo que no logran entenderse. Atiende todos sus deseos y consiente todas sus excentricidades, excusa todas sus ausencias
pero no ha llegado a conocer su alma, ella es un espíritu libre y soñador, él es un burócrata, incansable en su trabajo, cumplidor de todas las reglas y obligaciones que pasa el día y a veces la noche en su despacho, tratando de atender con eficiencia la misión a la que ha sido llamado por nacimiento.
Posiblemente, fue una boda inconveniente, tenía 16 años cuando se casó, quedó deslumbrada por la elegancia y el lujo que su futuro esposo y su tía-suegra pusieron a su disposición. Palidecía de placer ante los vestidos de raso, tul, seda, encajes, terciopelos, plumas, corpiños y miriñaques acompañados de joyas y flores que su enamorado marido le hacía llegar a diario; era un bonito sueño, nada que hubiera podido imaginar en el mundo sencillo y libre de ataduras, aunque aristocrático del que provenía.
Sufre. Sufre porque no la comprenden, pasó muy joven de una vida sencilla y casi rural a una vida en la corte, una cárcel suntuosa, rígida, hipócrita, envidiosa, maledicente, protocolaria e inculta. Soportar a una suegra dominante y entrometida
que la observa a diario en todos sus movimientos, incluso en su vida íntima, es más de
lo que ella está dispuesta a tolerar. Su marido no logra entenderla, quizá la considere demasiado sensible y soñadora, ha consentido incluso que sea su propia madre quien se ocupe de la educación de sus hijos ofendiéndola en lo más íntimo.
Quizá la elección de otra esposa hubiera sido más adecuada, una jovencita piadosa, dócil y escasamente cultivada hubiera cumplido su papel a la perfección.
Pero esta mujer que levanta cuál una Helena de Troya, oleadas de deseo a su paso, está destinada a ser la más amada, odiada y envidiada de una Europa que se desangra en conflictos que no auguran nada bueno.
Es una mujer culta que adora a Homero y que diariamente recibe clases de griego para poder leer a los clásicos en su propia lengua, es posible que sea algún poema homérico su lectura de esta mañana, pero ya se ha cansado, se incorpora levemente mirando el mar a la vez que deja el libro sobre el diván. Se pone en pie y con su proverbial estilo, se recoloca los pliegues de esa maravillosa falda cuyos colores son un homenaje al cielo y el mar de esa isla tan alejada y perdida como hermosa. Pasea por el jardín en medio de grandes parterres de hortensias de un intenso azul con sus perros que la siguen arremolinándose junto a sus faldas, se lleva una mano a los ojos intentando averiguar quién viene por el camino, es su dama de confianza para la que no hay secretos que ya se aproxima con paso acelerado y la respiración agitada con algo en la mano, ella piensa que será un regalo o una carta del emperador, su esposo.
-Majestad, un telegrama del emperador
Yo observo su rostro … se ilumina en una mezcla de ansiedad y alegría, con rapidez lo abre y ávidamente pasea su mirada por las letras impresas mientras exhala un tímido suspiro, sus ojos se llenan de lágrimas mientras prosigue su paseo, dejando que la ligera brisa marina arrastre el papel hasta los macizos de hortensias, su dama la acompaña de regreso a sus habitaciones y las dos mujeres abren a la vez sus sombrillas para protegerse del sol mientras se pierden entre un frufrú de sedas y tafetanes.
No puedo resistir la curiosidad y de pronto me lanzo en pos de ese pedazo de papel que juguetea con la vegetación movido por un viento suave. Por fin lo alcanzo y leo su contenido, violando los secretos de la pareja imperial, de un hombre devoto y enamorado y una mujer que solo puede amarlo a su manera y que se siente culpable en el fondo de su corazón.
“Mi querida y celeste Sissi, mi único y bello ángel, no alargues tu regreso cuando tus fuerzas y tu salud lo permitan. Te quiero tanto, que sin ti no puedo vivir. Procura cuidarte y que nada te perjudique.
Adiós, ángel adorado, piensa con amor en mí y no tardes en volver”
Tu pobre y solitario marido
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