Pasión por Goya. Antología dirigida por Esther Tauroni Bernabéu.
Sí, recuerdo el ramo, tenía naranjas y flores de azahar. Envié a uno de mis lugartenientes con la orden de cortarlo y se lo ofrecí a mi amada reina María Luisa, al concluir la batalla y recuperar Olivenza. Un momento que mi admirado Francisco de Goya inmortalizó en un cuadro del que ahora mismo desconozco su paradero. Cincuenta años me separan de aquella imagen que me representa en toda mi gloria con solo treinta y cuatro, y recién estrenado el título de Príncipe de la Paz. Ha pasado mucho tiempo, hay mucha historia a mis espaldas, incontables honores, tremendas mentiras, abyectas traiciones, demasiados amores y deslealtades. Me pregunto, cómo he podido sobrevivir a tan asquerosa e infame política, que ha sido capaz de convertirme en lo que soy, un miserable exiliado en París, sin honores, con una pensión exigua por la bondad de Luis Felipe de Orleans e intentando que se me restituyan de nuevo en mi patria mis propiedades.
A ello se aplica mi Pepita, dejándome aquí con esa excusa, lo hace, según dice, por el bien de nuestros dos hijos, para que recuperen títulos y haciendas, pero yo sé que me ha abandonado, ya no le es rentable mi cariño una vez exiliado, viejo y sin interesar a nadie. Fue mi gran amor, la quise hasta la locura y ahora ni siquiera puedo contemplar aquel cuerpo joven, vestido y desnudo que pintó para mí, don Francisco.
Esas banderas portuguesas caídas ante mí hacen que esboce en el cuadro esa media sonrisa, ufana, malévola, esa mirada displicente, esa seguridad de ser intocable, de tener a todos a mi voluntad y capricho, cómo tan bien atestigua el bastón de mando que ha colocado el pintor entre mis piernas evocando un dominio total de macho joven y seguro de sí mismo.
Mis reyes han hecho de mí todo lo que soy, regándome con títulos, señoríos, prebendas, rentas, honores y más honores, un exceso de regalías que me han hecho impopular y odiado. Esta familia real se traiciona entre sí y de ello podría escribir una larga historia, pero me temo que me asquea, solo recordar todas las peripecias que he pasado junto a ellos. La reina me sedujo desde muy jovencito, yo era un guardia de corps, atractivo, inteligente, cultivado, que había estado muy bien educado, mi padre pertenecía a la nobleza de provincias que se destinaba a ocupar los cargos políticos y administrativos, me hizo aprender equitación y esgrima, pero también matemáticas, humanidades y filosofía, francés e italiano, todo lo cual me preparaba para escalar posiciones en la corte. ¡Nunca pensé que hubiera podido llegar tan alto!
Los entonces Príncipes de Asturias Carlos IV y María Luisa se rodeaban de jóvenes oficiales y en mí se conjugaban la inteligencia y la belleza, además de un talento especial para la política, que fue mi fortuna y mi postrera desgracia. Las vacilaciones de Floridablanca y Aranda para lograr mantener a España fuera de los aires revolucionarios que se respiraban en Europa, desencadenó mi nombramiento de primer secretario de estado, el poder máximo en el reino. Los nuevos reyes querían un hombre capaz de enfrentarse al miedo que provocaban los sucesos de Francia. Yo era joven, sin miedo alguno, igual me encamaba con la reina, que bebía los vientos por mí, que mandaba ejércitos a los Pirineos para apoyar a los Borbones franceses y firmé una alianza contra la República Francesa, que me hizo acumular más títulos y honores con grandeza de España.
Mi aventura con la reina, mayor y desdentada era la comidilla en la corte, ella misma me casó con una prima del rey para cubrir apariencias, un matrimonio convenido y solo deseado para ascender en el escalafón social y emparentar con la realeza, pero mis amoríos se extendían mucho más allá de las sedas, encajes y mantillas de mi esposa y mi reina, caí rendido de amor ante Pepita Tudó, hija de un capitán de artillería y perdí la cabeza por ella. Un extraño trío de mujeres celosas, las unas de las otras, ocupaban mis días y noches de amor.
Encumbrado, ensoberbecido y enamorado, no tenía límites. El pueblo empezó a aborrecerme por la envidia que suscitaba mi fortuna y la aventura inadecuada que mantenía con la reina, la nobleza me odiaba, había acaparado más títulos que nadie por deseo de los reyes, para así poder doblegar desde dentro a los nobles, pero era un advenedizo y un aventurero que se enriquecía con los fondos públicos con el beneplácito de sus soberanos, que solo confiaban en mí ciegamente.
La guillotina cayó sobre el cuello de Luis XVI y desde España quise castigar el magnicidio enviando tropas a la frontera, pero los franceses recuperaron posiciones y hubo que firmar la paz, a mí me nombraron Príncipe de la Paz y como político experto me apresuré a congraciarme y aliarme con Francia, era necesario en la política del momento, mis reyes querían asegurar la posición de su hija María Luisa, casada con el Duque de Parma y para entonces ya era Napoleón quien otorgaba reinos y dádivas por toda Italia.
Mientras me volvía loco de amor en brazos de Pepita y me deslizaba por su canalillo y sus muslos, primorosamente pintados por Goya, la hostilidad hacia mi persona crecía. Me pregunto ahora, ¿por qué tanta y tan odiosa? Intenté, aliándome con el Directorio francés, neutralizar las ideas republicanas en España, pero siempre afloraba la traición a cada recodo, ese mismo Directorio actuaba por su cuenta en detrimento de mi país y mis reyes. Yo aplicaba políticas novedosas que implicaran reformas, suprimí impuestos, actúe contra los monopolios, formé incluso un gobierno de ilustrados con aroma liberal, pero sin conseguir que llegase al pueblo tanto esfuerzo.
Los conflictos con Francia fueron una sucesión de errores a cuál más grande, me dejé engatusar por el pequeño corso que mentía y traicionaba sin pudor alguno, sometía a las naciones asustadas a su poder y se me pidió unir nuestra flota a la francesa contra Portugal, al objeto de bloquear sus puertos a los ingleses, además de prometer a Francia, La Luisiana en el nuevo mundo. Nos humillaba y manejaba a su antojo, al final fuimos contra Portugal, pero negocié y conseguí una paz para estos reinos y eso contrarió a Bonaparte, que nos presionaba con la argucia de que yo era un blando que favorecía a los ingleses. Esa sierpe venenosa, se deslizaba por nuestro país con pretextos, mientras yo pensaba muy seriamente darle la espalda y aliarme con los ingleses, ¡los cambios del infame mundo de la política que me tocó vivir! Pero los éxitos del corso me frenaron, sentí el temor de que quedáramos descolocados en el tablero del poder europeo. Me plegué a sus exigencias y luego me traicionó. ¡Nada menos que conspiraba con el Príncipe de Asturias para descabalgar a su padre del trono! Los acontecimientos se precipitaron en cuestión de días, Napoleón entró con sus ejércitos violentando nuestra soberanía y marcó el río Ebro, como frontera con Francia. Yo no daba crédito, la población se amotinó en Aranjuez ayudada por la nobleza española escamada por los recortes en sus privilegios que yo había propiciado y a partir de ahí cometí un error tras otro, hasta llegar a Bayona con mis reyes. Mi rey lloraba desconsoladamente, no podía entender como un emperador no hacía honor a su palabra, algo sagrado, era para ellos el colmo de la ignominia.
Mi casa en Aranjuez y Madrid fue asaltada, mis objetos de arte desperdigados y confiscadas, mis propiedades, mientras el corso nos llevaba de acá para allá, hasta dar con nuestros cuerpos maltrechos en el palacio Barberini de Roma. Nunca abandoné a mis reyes, se lo debía todo y no era un traidor. Mi antigua amante, la reina, murió en Roma cogida de mi mano, su fervor hacia mí se mantuvo intacto hasta el último momento.
Fernando VII me obligó a renunciar a mis títulos y por fin le hice caso a Pepita y nos instalamos en París. Allí comencé a no ser nadie, un ser invisible y molesto en los círculos sociales, Pepita quería que se nos restituyeran títulos y honores y me dejó camino de Madrid; no quise seguirla, preferí escribir mis memorias viviendo modestamente, nada queda ya de aquel generalísimo, Príncipe de la Paz con un bastón de mando entre las piernas, ahora apenas puedo sostenerme sobre ellas, no me interesa la política más bien la odio, es un arte maldito que deja cadáveres a su paso, ahora son los recuerdos los que pueblan mi mente, algunos tan bonitos como un ramo de naranjas y azahar.
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